ABUSOS SEXUALES Y DOCENCIA EN EDUCACIÓN SUPERIOR


El mes de marzo marca, para muchas personas, el inicio de diversos desafíos académicos y de perfeccionamiento profesional. En este contexto, se reorganizan rutinas, recursos materiales, tiempos familiares, de pareja e incluso las labores de crianza.
 

El sueño es recibir formación de calidad por parte de docentes que, de algún modo marcarán el camino a seguir, y que en su mayoría son personas con un gran compromiso profesional, motivados hacia la construcción de conocimiento, con vocación para la enseñanza, y que, sin duda, demuestran a diario su integridad ética y compromiso moral

En este contexto pueden darse situaciones para las cuales nadie está preparado(a) y que tienen relación con diversas formas de abuso sexual que nos parece pertinente develar. La conducta inmoral de unos pocos académicos provoca graves consecuencias en las personas víctimas de sus abusos y en la enseñanza en general.


1.      Abuso y Academia

a. Academia y poder.

En la docencia universitaria, las interacciones exclusivas entre un docente y un estudiante están claramente delimitadas en los protocolos de cada institución. Existen muchas situaciones en las que los estudiantes se acercan a sus docentes: consultar dudas acerca de evaluaciones, solicitar materiales de estudio y revisar su asistencia, entre otras. También existe el trabajo colaborativo en investigación o ayudantías. Estas acciones son públicas, están reglamentadas y contribuyen significativamente al desarrollo intelectual y a la producción de conocimiento.

Los académicos, debido a su rol, tienden a proyectar una imagen de sabio, de buena persona, de ejemplo a seguir, despertando admiración en sus interlocutores. El uso del intelecto suele ser percibido como un atributo muy sensual en los hombres[1]

La posibilidad de tomar un café bien conversado con un sujeto “inteligente”, disfrutar de cosas que solo él puede ver y puede enseñar, suele percibirse como algo excitante. 

Para los académicos, a su vez, exhibir su conocimiento y hacer alarde de su supuesta inteligencia, conlleva una satisfacción que alimenta su ego y refuerza su poder e influencia. Este poder, bien usado, contribuirá al desarrollo y crecimiento de sus estudiantes; mal usado, en cambio, podría impulsar comportamientos inaceptables.

En el ejercicio académico, este poder se hace evidente en la posibilidad de dirigir el discurso en el aula, que los estudiantes deben escuchar, anotar y aprender. Se tiene el privilegio de otorgar la palabra o de hacer callar, también de elogiar y criticar y, evidentemente, en la tarea de evaluar, aprobar y reprobar. Para muchos, esta posición resulta embriagadora, transformándose en una “caricia al ego” a niveles que puede desinhibir o suspender el juicio moral.

En la formación profesional, la mayoría de los estudiantes ha alcanzado la edad legal para consentir interacciones sexuales. Para los académicos embriagados por el poder, la condición de adulto de sus estudiantes es suficiente para provocar situaciones cuestionables. Se crea una relación de poder basada en la admiración y el carisma, en la que se generan situaciones de acoso que en principio son normalizados por las víctimas basadas en el hecho de que todos son adultos. Esto permite al abusador instalar un juego con los estudiantes en el que ambas partes aceptan como anecdóticas las acciones de acercamiento sexual.


b. Academia y abuso sexual

El juego de seducción de un docente a un estudiante es una forma de acoso y abuso sexual difícil de investigar y evidenciar. No es violento, no es directo, es sutil y ambiguo. Es un juego de interacciones que se expresa en comentarios en clases, en el pasillo, por mensaje de texto. 

La condición de adultos otorga un aura de falso consentimiento a estos acercamientos, escondiendo que se trata de una relación asimétrica, en donde uno de ellos, el docente, ejerce poder e influencia sobre el otro, el estudiante. La interacción docente-estudiante porta una asimetría de poder dada por las atribuciones que el docente tiene respecto a sus estudiantes: el docente abusador puede facilitar o dificultar, incluso aprobar o reprobar injustamente a la persona que ha seleccionado para el abuso. Tal vez es más claro verlo en la condición de reprobar, pero también es nefasto en la facilitación, en el otorgamiento de privilegios o notas que el estudiante no merece. Se le induce a una falsa realidad acerca de lo que ha aprendido y, tarde o temprano, la víctima lo va a resentir.

El docente abusador muchas veces muestra un perfil como el que describimos a continuación:

1.  Se muestran carismáticos ante sus alumnos. El carisma puede provenir de la apariencia física, la vestimenta o el estilo desenfadado, aunque la mayoría de las veces se sostiene en su experto uso del lenguaje y en un conocimiento de alto nivel en alguna materia específica. Son sujetos que impresionan a quienes se inician en el oficio, pero curiosamente se cohíben con sus pares y no son capaces de fundamentar su punto de vista con un interlocutor de su nivel; a espaldas, en cambio, ridiculizan las críticas y no toleran los desacuerdos.

2.  Suelen tener un discurso de desdén hacia diversas construcciones sociales. Es típico que realizan críticas no fundamentadas a la educación. Suelen hablar mal de la religión, la familia y cualquier institución social. En el caso de los psicólogos, suelen criticar la investigación científica o propuestas de la psicología altamente reguladas como es la psicoterapia.

3. Critican con vehemencia a quienes pueden dejar en evidencia sus insostenibles propuestas. Suelen evitar el trabajo en equipo con pares o construyen equipos de personas (seguidores) de una jerarquía menor en conocimiento y que no los cuestionen.

4.  Suelen tener conductas trasgresoras de los límites personales que socialmente hemos construido. Elogios incómodos, “piropos”, comunicaciones en horarios inapropiados, invitaciones a interacciones privadas, exclusivas o fuera del marco pedagógico.

5.  Suelen hacer regalos. En el caso de profesionales que crean programas de formación, son capaces de regalar el programa a quien han seleccionado como víctima. Regalan co-autoría en publicaciones, es decir, entregan un beneficio que la víctima puede recibir como una agradable sorpresa, pero con conciencia de no ser merecida por el trabajo y/o esfuerzo personal y se convierte en un compromiso difícil de corresponder en la misma forma.

6.  Los abusadores pueden mostrarse emocionalmente vulnerables, dando la impresión de necesitar ayuda o apoyo que solo la víctima puede ofrecer. Presentan una imagen del “sabio herido” que solo se revela ante ti para hacerte sentir especial.

Quisiéramos destacar un par de ideas fundamentales relacionadas con este perfil.

Todos los involucrados en la educación superior somos críticos del sistema educativo y expresamos nuestro descontento. Sin embargo, el abusador adopta una estrategia diferente: critica persistentemente todo el sistema educativo sin proporcionar apoyo teórico o referencias verificables. 

Al mismo tiempo, no proponen un remedial o sus soluciones resultan impracticables para cualquier sistema educativo o persona. Su finalidad no es aportar el sistema o las personas, sino impresionar a sus interlocutores y conectar con estudiantes igualmente insatisfechos que pueden verlo como un líder a quien admirar y seguir, una suerte de “gurú” intelectual que a través de la crítica constante a otras miradas sobre el tema, invita a un aislamiento más propio de una secta que de un centro de pensamiento. 

En una condición de aislamiento de otras miradas, se hace más fácil cometer abusos sin ser detectados o denunciados, en víctimas que incluso se sienten favorecidos(as) por la atención diferencial que les presta la persona que admiran.

Llevamos años escuchando a sujetos que, por ejemplo, reniegan de la terapia psicológica como disciplina regulada por el método científico y declaran que ellos no hacen psicoterapia. Cuando hablan de su oficio, lo describen con eufemismos como: “Diseñadores de vidas”, “Re-escritura de vidas” o “Reorganizadores de esquemas conductuales”.

Se autodeclaran como los únicos capaces de desarrollar procesos de cambio en quienes les consultan y realzan los límites propios de la terapia para desprestigiarla. Con esto, huyen del marco ético, moral y legal en el que se establece la psicoterapia como servicio de salud mental. 

Si lo que hacen no es psicoterapia, aunque su formación, el modelo que siguen o los canales por los cuales se publicitan, evidencian que sí lo es, entonces con manipulación presentan argumentos para alejarse de las directrices éticas que rigen la relación terapeuta-consultante o docente-alumno, entre ellos, la regulación de los límites personales fuera del contexto profesional.

Ciertamente, ejercer como terapeuta es complejo. Es un trabajo que modela la vida de quienes se dedican a ello, requiriendo desarrollar una rutina de vida que impone estudiar permanentemente los nuevos avances en la investigación científica, invertir en perfeccionamiento, a veces percibir ingresos bajos y, en todos los casos, el reconocimiento profesional toma tiempo. 

Por otro lado, desarrollar investigación científica en terapia requiere un esfuerzo sistemático, someter al juicio y evaluación de otros colegas el trabajo que ha costado desarrollar. La terapia posee, en los marcos de lo posible, un sistema de investigación y validación de resultados exhaustivo.

Estos sujetos rehúyen el escrutinio de sus pares, no quieren ser evaluados y no toleran la crítica. Muchos de ellos presentan nuevas propuestas de terapia realizando recortes de teorías, técnicas y estrategias que solo ellos entienden y que no han sido probadas bajo las reglas del método científico. Sin embargo, sus creaciones tienen gran sintonía en marketing con las necesidades y, a veces, sufrimiento de las personas, ofreciendo soluciones mágicas y alienadas que no existen en la realidad.

c. El(la) paciente solapado(a).

Es importante hablar del perfil del abusado(a). Vamos a referirnos a personas que han sufrido esta experiencia en distintos niveles de formación académica, específicamente en el ámbito de la psicología (que es nuestro campo). Muy posiblemente, ocurre también en otras disciplinas.

Muchas de las personas que deciden estudiar o perfeccionar sus conocimientos de psicología lo hacen con la intención de ser buenos profesionales o mejorar aún más su ejercicio laboral. Pero, a nuestro modo de ver, hay un gran número de estudiantes que buscan, en el estudio y perfeccionamiento de la psicología, comprender situaciones que vivieron en su vida y les han afectado durante gran parte de su desarrollo.

Estas situaciones se han transformado en un malestar que no han logrado resolver con el apoyo de sus seres queridos. En ocasiones, han tenido pésimas experiencias de terapia y han descartado la posibilidad de ayuda clínica. Incluso hay situaciones en las que su relación de pareja está en problemas, o bien la familia de origen se encuentra en crisis y no tienen su apoyo, por lo que muchos de ellos experimentan sensaciones de soledad y desamparo.

Entonces, ven en el estudio de psicología la posibilidad de encontrar las claves para comprender su malestar y desarrollar un itinerario de sanación autónoma. A este tipo de estudiante le hemos llamado “paciente solapado”, porque, con el deseo de bienestar, espera del proceso de enseñanza-aprendizaje un resultado terapéutico.

La vulnerabilidad de estos estudiantes los expone a sentirse atraídos por docentes carismáticos en los que ven un ideal a seguir. En este sentido, todo docente debe saber que hay estudiantes cursando no solo un programa académico, sino también uno terapéutico, por lo que el compromiso ético es hacerse responsable de eso. Cuando estos estudiantes son invitados de manera inescrupulosa a sentirse discípulos(as), buscando interacciones privadas y exclusivas, siendo agregados a las redes sociales del docente, se podría estar preparando el terreno para un posible abuso posterior. 

2.   El(la) estudiante acosador

En muchas ocasiones, los estudiantes acosan al docente. Esto puede suceder de manera abierta o sutil, a través de interacciones personales exclusivas o mediante el uso de redes sociales, entre otros. Esta interacción para el docente con un desarrollo moral normal es molesta e incómoda, pero son fácilmente resolubles. Es decir, basta con que el docente establezca límites adecuados para prevenir el abuso o informar a la institución educativa que tomará las decisiones a seguir según su protocolo. En este contexto, acceder a una interacción sexualizada de cualquier tipo no tiene justificación ética

Los docentes que experimentan confusión ante estas situaciones y sienten placer y deseo de explorar hasta dónde pueden llegar estas interacciones, generan una situación de riesgo para el(la) estudiante acosador(a), ya que la relación docente-estudiante siempre se mantiene. Es decir, el docente sigue poseyendo poder e influencia que lo ubica en una relación asimétrica basada en sus funciones, en su carisma o en la idealización que sus alumnos hacen de él. Por eso, si debido a esta “confusión” el docente consiente interacciones de tipo sexual, inmediatamente se constituye en una interacción abusiva por su parte. Es decir, la situación se invierte en el acto de acceder a una comunicación sexualizada, aunque se cuente con el consentimiento de ambos y más aún si se concreta en encuentros sexuales.

3. A modo de conclusión. 

Creemos que estas temáticas suelen ser claras cuando el daño ya se ha producido, pero cuando están en curso, muchas personas lo toman como algo anecdótico, normal e incluso como una oportunidad de obtener algún beneficio.

El daño sufrido por estudiantes abusados(as) es grave y difícil de reparar, por lo que no se debe continuar normalizando este tipo de interacciones. Por eso invitamos al diálogo entre estudiantes, a la conversación entre docentes y a revisar qué hemos estado haciendo que permite la ocurrencia de estos actos a nuestra vista y paciencia. 

Cada institución educativa tiene un protocolo de acción ante abusos de este tipo, es un canal que se debe usar sin miedo.

Ciertamente son muchas las situaciones que escapan a este escrito, pero creemos importante poner sobre la mesa estos temas, no para abrir una temporada de “casa de brujas” o reacciones sensacionalistas que solo contribuyen en más daño a las víctimas.

Esperamos que esta reflexión se transforme en un instrumento de cuidado, más que de odiosidad, de diálogo con altura de miras, pero también es una advertencia en la que señalamos que no deseamos ni podemos soportar que más personas sean maltratadas por medio de malas prácticas de este tipo de docentes.

A todo(as) les deseamos un buen año académico y que sea de mucho aprendizaje y crecimiento personal.

 

Ps. Mg. Rodrigo Mardones Ibacache. Director Ejecutivo CESIST-CHILE.
Ps. Dr. Felipe García Martínez. Director General CESIST-CHILE.



[1] Decimos “hombres” porque son quienes más utilizan su posición de poder para acosar o abusar y porque el atributo del intelecto en la mujer tiende a generar más bien inseguridad entre nosotros los hombres, no resultando una condición necesariamente atractiva.

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